lunes, 11 de julio de 2011

El día que todos fuimos campeones





Arribar el sentimiento de una nación separada endémicamente nunca fue fácil. Una nación nacida entre la divergencia y el idealismo de Don Quijote, y la bonanza de Sancho Panza como puntos positivos. Pero también anclada en la avaricia, la hipocresía y la codicia de aquel ciego que se sirve del fiel lazarillo para alimentar su ego.

Una nación deshilachada históricamente por tres banderas. Dos democráticas y una dictatorial. Deshilachada por dos regímenes que antaño se pelearon por el yugo de las ideas, los dialectos y las difusas opiniones sobre un ente filosófico ¿qué es España?

Quizá esa sea la postal de nuestro país, una postal diversa y variopinta destinada a vivir disgregada en todos los ámbitos excepto en el deportivo, que aquel día representó en su plenitud el fútbol. Aquel día no hubo ni avaricia ni hipocresía ni codicia. Aquel día no hubo ni picaresca ni engaño. Aquel día no hubo ni ciegos ni lazarillos ni banderas. Aquel día sólo hubo idealismo, sueños, locura, honestidad y trabajo. Aquel día sólo hubo Quijotes y Sanchos. Aquel día fue el día en que todos fuimos campeones.

Y fuimos campeones en alianza con la obra de Cervantes, en simbiosis con la Mancha y en gratitud con un nombre nacido en esas tierras de caballeros y dulcineas, Andrés Iniesta. Un chico nacido en timidez y resuelto en maneras, que apenas terminó el partido rememoró a los demás antes de fijarse en si mismo: “Después de mi gol pensé en mi familia y en toda la gente que quiero. Esta victoria es fruto del enorme trabajo”, para después recrearse conceptualmente en el objetivo de todo ser humano: “Sentirse feliz como persona es superior a cualquier triunfo”, acuñó a su repertorio el de Fuentealbilla.

Sin saberlo, hizo que un país levantara los brazos al mismo tiempo, que gritara gol al unísono, que esperara durante unos segundos que una pelotita diera en las mallas, que se convirtiera en el tanto más hermoso de nuestra historia. Retó a los molinos del destino y mantuvo en suspensión a cientos de almas. Hizo eternos los segundos y los templó cuando la pelota botó e imantó contra su pie. Salió disparada, dio en la red y mandó al carajo los problemas de todo un pueblo.

Decía Calderón que “vivir sólo es soñar...que toda la vida es sueño, y que los sueños, sueños son”, y no le falta razón. Vivimos inmersos en ellos, convivimos a su vera noche y día, y de vez en cuando nos despertamos, nos quitamos las legañas, abrimos los ojos y nos damos cuenta de que aquello que nos hacia dormir plácidamente se ha cumplido. Estamos vivos, ya lo decía Fito en Al cantar. "Merece la pena desterrar los malos momentos, convertir en virtud defectos. Merece la pena buscar los sueños en el mapa de los sentimientos y darnos cuenta de que en definitiva, no estaban tan lejos". Los sueños se pueden cumplir. Ese 11 de Julio es una buena muestra de ello, ese día en que todos fuimos campeones.