viernes, 22 de octubre de 2010

Life is life


Tres generaciones. Un joven, 20 años, un adulto, 38, y un mayor, 67. Una carrera. El adulto pregunta al joven, ¿Me puedo unir?, es que me gusta ir a vuestro ritmo. El veinteañero responde, claro. 


Llega el reposo. El joven llega a su edificio. El viejo le pregunta, ¿Qué haces?, el chaval responde. Estiro.
El mayor recuerda. "Antes yo también iba a correr, jugué al fútbol durante mucho tiempo. Entonces tenía flexibilidad. ¡Mírame ahora!, un accidente me dejo sin una pierna y sin espíritu. Desde aquel momento apenas si puedo caminar. He perdido reflejos. Me cuesta respirar. Aprovecha, tu edad sólo se conserva durante algunos años. A partir de ahí todo es decadencia. Te casas, engordas. La piel se cae. Después tu mujer se va. Te empiezas a acostar con la soledad, el mundo te da la espalda y el sol deja de calentar tu piel como lo hacía antes".

Se apoya en su garrota y mira a las escaleras. Pone el pie derecho sobre el escalón, pero no consigue subir el izquierdo. Se da la vuelta. Pide ayuda. El joven se acerca, le sujeta la mano. Fría, pálida, delgada; tan solo arropada por el tímido lino del jersey.


Poco a poco suben los dos. Apoyados mutuamente en la barandilla y el bastón a partes iguales. Compartiendo el flujo sanguíneo. Sintiendo la carcoma de la garrota al tocar el suelo. El caucho del viejo pasamanos. El susurro de la noche cayendo sobre sus conciencias. El rumor de la soledad acuciando sus almas.

Ambos se dirigen una delicada sonrisa. Un escueto signo de felicidad. Un nuevo guiño de complicidad. Se acercan al final de su camino. Llegan al primer piso. Languidecen. Descansan sus extremidades. El mayor lanza una mirada al limbo. La centra, la dirige hacía el joven. ¿Cuántos años tienes?, le pregunta. 20, ¿y usted?. Averígualo. ¿Cuántos crees?, 70. Bien, lo has averiguado. ¿En serio?, no.

El mayor se da la vuelta. He llegado a mi casa. Muchas gracias de nuevo. Pero antes de nada, ¿Cómo te llamas?. Averígualo, lo reta el chaval. Juan. Bien, has acertado, responde el joven. No, ese es mi nombre, recalca el anciano.

En ese instante se da la vuelta. Se echa mano al bolsillo. Saca un pañuelo. Se limpia. Lo guarda. Coge una medalla. Pequeñita, imperceptible. Agarra la mano del muchacho. Toma, un recuerdo.

El chaval lo mira mientras el abuelito gira el pomo de la puerta. Antes, dos niños aparecen por el pasillo. Pasan deprisa por nuestro lado. Sin cuidado. Con energía y con entusiasmo bajan las escaleras. Su madre grita al otro lado de la planta ¡Niños Esperad!. El mayor se da la vuelta. Mira por última vez a Juan. Se le cae una lágrima. Cierra la puerta.

Ahora es el momento de cumplir las promesas que nos hicimos. Porque ayer no lo hicimos, porque mañana es tarde. Ahora.

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