viernes, 3 de junio de 2011

Una noche, varios recuerdos


Hace fresquito en la bella noche de Madrid...Es viernes y la ciudad sigue viva a pesar de que el reloj ya agotó las horas de sol. Mientras tanto, a contracorriente, y mirando como el Palacio Real luce a sus espaldas, Juan vuelve a su casa embriagado por la nostalgia de otro tiempo. Hoy no se atreve a ser feliz. No puede y no le sale de dentro. Sabe que el mundo es extraño, complejo y difícil. Incluso injusto. Sabe que pasó días peores, y que sus problemas en este preciso instante son insulsos e impropios. Sin embargo, no puede evitarlo, llega a su casa y se echa a llorar.

Siempre pensó que las lágrimas son el desahogo del alma y por qué no vaciarla. Por qué no dejar que el alma descanse por primera vez desde hace algunas semanas cuando la vida le devolvió la ilusión. Una ilusión, como todas, que pasa rápido y se apaga instantáneamente tras alguna decepción. Esa vela nítida y casi imperceptible que se lleva dentro del corazón y nos permite seguir viviendo.

Después de pensar un rato apoyado en su almohada, húmeda a causa de los lamentos. Juan se frotó los ojos y miró por la ventana, pero no había nadie. Sólo soledad. Únicamente el murmullo del silencio. Un acorde de locura sin sonido. Alguna farola ciega esperando una nueva pupila que le permita alumbrar el destello de la felicidad. Bendita palabra, como decía Ana María Matute ¿Por qué tenemos tanto miedo a esas nueve letras y tres sílabas?, ¿Por qué tenemos tanto miedo a la felicidad?

Entonces consultó el reloj, que marcaba las 2:00 de la madrugada. Se miró al espejo e intentó sonreír. Pero no pudo acabar con la tristeza. Esta semana le había ganado la batalla a la alegría. Se dio la vuelta, regresó a su habitación y encendió el reproductor de música antes de irse a dormir. Y como no podía ser de otra forma rememoró el título del último disco de Ismael Serrano, Acuérdate de vivir. 

Quizá ese sea el secreto, quizá la mayoría de las ocasiones no nos acordamos de eso, de vivir. Quizá era el momento para irse a la cama, quizá mañana el sol alumbre un nuevo porvenir y mate a la melancolía. Quizá merezca la pena pensar en aquellas personas que ríen eternamente intentando hacer feliz al otro a pesar de sus problemas. Quizá ésta sea la historia de una noche con el cielo fundido y el sentimiento apagado, pero es mi historia, la tuya y la de Juan. Es la historia de todos aquellos que después de ponerse el sol no podemos evitar echar unas lágrimas ante la soledad, mientras recordamos el pasado e intentamos despertar una llama en el futuro.

Buenas noches, 

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